Cuenta la leyenda que a finales del siglo XVIII un abate francés de las efervescencias políticas de su país, se refugió en el pueblo, cuyo punto le ofrecía seguridad personal, a causa de estar incomunicado con el resto de la comarca. Le proporcionaba un grato placer admirar las bellezas de la naturaleza, en una de sus excursiones que este abate realizaba tuvo la fortuna de enconrtar un manantial templado, y como padecía bastante de la vista, se le ocurrió lavarse sus ojos, notando algún alivio inmediato, por este motivo volvió a repetir sus visitas y las aplicaciones del agua medicinal hasta que se curo por completo.